Otro personaje puede llamarse Lucas, ser un
adolescente y ni siquiera desplazarse de un punto a otro, solo cambiar de
posición corporal dentro de ciertos limites, siendo el mismo estructura,
un look, un fingimiento, una bravuconada abúlica, sin mucho interés
por nada como no sea su apariencia que es la exteriorización de su
estructura interna.
Su movimiento es la secuencia a través de cuadros, como en una historieta,
cada cuadro modifica el anterior y así posibilita una serie, recombinando
el sentido de observación por el enfoque que asume ya sentado o replegado,
ya con su cabeza entre sus manos o bocarriba, ya contra la pared o vuelto
sobre si mismo, fetal.
La tridimensión irrumpe en planos supuestos de color y en relieve
de planos sucesivos, tangible,
desde un espacio ilusorio, no se sabe si para salir o mostrarse.
Las plantas de las zapatillas frenan la mirada del observador, o reparten
el peso del desgano.
El personaje puede reducirse a un mecano de combinaciones planimétricas,
a una cuadricula catastral, a una instantánea de suspensión
aérea. Nunca será mas que un arquetipo, por eso para explorarlo,
se acude a la serie, para variar la estructura desde sus distintas facetas,
en la preeminencia contrastante de rojos y verdes en el color plano, hasta
que la figura de extiende, se contrae al ras de lo que vuelve a ser inmediato:
brazo, pierna, rincón.
La representación de las estructuras físicas, se sabe, no
es sino la simbología de las estructuras mentales.
Pero no es posible clonar un personaje al infinito. Forma parte de una serie,
el personaje es el medio para agotar una obsesión. Parar a tiempo
es reponer energía para seguir indagando en la estructura. Miguel
de la Cruz |
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